GRACIAS POR FORMAR PARTE DE "COMO UNA LUNA EN EL AGUA"

abril 03, 2009



Fuera de Abril


Autora: Griselda Espiro


Caminó hasta el bar, posó el gesto en la pantalla de video clips. Intermitente como las carteleras, le pidió fuego al pibe del ciber. Miraba y miraba el suelo sosteniendo el peso que cargaba en el pecho, cuando instintivamente pidió pista aventando la última lumbre de su cigarrillo. Se abrochó la campera. Guardó los puños cerrados en los bolsillos, y el quid y el desatino juntos, puestos a ser, en un bollito de papel. Cruzó la avenida -desprevenido- a escasa distancia del atropello con unos locos carnavalescos en un tuning volador. Viró la cabeza y siguió, con los ojos vítreos en la niebla del enésimo cigarrillo. Y al espejear de su figura sobre un escaparate, se vio. Solo. Era el prestidigitador de las sombras, hilvanando gemidos y silencios sobre la faz del no tengo.

La noche era Nadie. Nadie, apoderándose de las almas rotas. Nadie, desbaratando las luces verdes, rojas, azules, naranjas, violetas de la fuente de los deseos. Nadie, vaciando los ecos junto al crujir de cien hojas amarillas. Nadie, con barajas de luna nueva y un reloj, que cortaba los aires con temblores de gong.

Iván debía llegar a casa. Dormir para ir despierto al trabajo y que no lo sancionaran. A casa. Con el perro Floyd y la gata Marí. Escucharía radio, accedería a la red, y por ahí, tal vez con el chat, alguien le diría mieles. Un intento más para evitar esa búsqueda inconsciente de Abril, en derredor de Nadie. Abril, que se llevó el sosiego y hoy, tampoco llamó. Y no llamará, ni mañana ni pasado. Iván lo sabe pero no encuentra sitio para lo que siente, y le duele. Le arde, le pica ese límite confuso entre un pasado temprano y un presente tardío.

El hielo flácido de su aliento lo determinó a tomar un taxi, y después de una curva laaarga entre pensamientos estériles y diálogos monosilábicos con el chofer, llegó. Fuera de Abril, la casa era Nadie. Como la noche, el pibe del ciber, los locos del tuning, las luces de la fuente, el gong del reloj. Preparó un café mientras Marí saltaba de su letargo a la silla más próxima. Una, dos, tres cucharadas de azúcar y por fin, ese ruido de hogar con la cucharita revolviendo dentro de la taza, y ese remolino, oscuro pero dulce, y un aroma, un calor. Y Marí, sobre la falda estrechando su manita que engancha la trama del pulóver, y un ir... acostumbrándose para que la casa, la noche, la vida fuera de Abril, no sean Nadie, a pesar de haber perdido aquella otra identidad, la de hombre feliz.

28/05/2005

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