
SESIÓN ABIERTA
CON UN SEMÁFORO
Autora: Griselda Espiro
La claridad del cielo es sólo el recuerdo del día que se va. Vislumbro tempranas algunas estrellas destinadas al exilio por las luces de neón. Mis parpados guiñan en silencio las historias de regreso entre marquesinas, plaza y café.
Sigo aquí, tan patético como el reloj de la Casa de Gobierno o el pobre indio que danza para nadie en la rotonda más preciada. Ojo ambivalente que husmea ventanas y escaparates, me cuelo en las ventanillas de los autos y descreo de esas motos kamikases que usurpan los márgenes y juegan ruleta rusa.
Me conmueve el estoicismo del canillita de la esquina y me duele la incertidumbre del cartonero con su pequeño ayudante de pelito chuzo y ojitos de porqué.
Arco iris tricolor. Especie de mástil, director de orquesta entre caños de escape, bocinas y paraísos electrónicos que parodian el big bang, resisto urbanidad.
Testigo cíclico. Árbitro inexorable. Frontera de las almas súbditas a relojes con objetivos postmodernos… Como la de aquel hombre de saco oscuro que enciende un cigarrillo y desciende con el gesto para dejar su ángel a cubierto debajo de alguna baldosa. O la abuela quinielera, que logra imponer su bastón a pesar del ciclista que hace mountain bike en el cordón de la vereda.
Aquel adolescente de jeans gastados, ese de pelo negro, sale del ciber, no sabe bien para qué fue todavía pero dentro de un rato vuelve, mientras, refugiará su miedo de vivir debajo de un flequillo extraño y un sacón seudo gótico.
Ese malabarista esquizofrénico me tiene harto, despliega pelotas con absoluta anarquía, mezcla de David Copperfield con el Chavo del Ocho. Y el promotor del boliche... no me inspira confianza, es medio cargoso y suele distraerse con el escote de la señora del Megane azul, que dicho sea de paso, acaba de estacionar en doble fila.
Sigo aquí, tan patético como el reloj de la Casa de Gobierno o el pobre indio que danza para nadie en la rotonda más preciada. Ojo ambivalente que husmea ventanas y escaparates, me cuelo en las ventanillas de los autos y descreo de esas motos kamikases que usurpan los márgenes y juegan ruleta rusa.
Me conmueve el estoicismo del canillita de la esquina y me duele la incertidumbre del cartonero con su pequeño ayudante de pelito chuzo y ojitos de porqué.
Arco iris tricolor. Especie de mástil, director de orquesta entre caños de escape, bocinas y paraísos electrónicos que parodian el big bang, resisto urbanidad.
Testigo cíclico. Árbitro inexorable. Frontera de las almas súbditas a relojes con objetivos postmodernos… Como la de aquel hombre de saco oscuro que enciende un cigarrillo y desciende con el gesto para dejar su ángel a cubierto debajo de alguna baldosa. O la abuela quinielera, que logra imponer su bastón a pesar del ciclista que hace mountain bike en el cordón de la vereda.
Aquel adolescente de jeans gastados, ese de pelo negro, sale del ciber, no sabe bien para qué fue todavía pero dentro de un rato vuelve, mientras, refugiará su miedo de vivir debajo de un flequillo extraño y un sacón seudo gótico.
Ese malabarista esquizofrénico me tiene harto, despliega pelotas con absoluta anarquía, mezcla de David Copperfield con el Chavo del Ocho. Y el promotor del boliche... no me inspira confianza, es medio cargoso y suele distraerse con el escote de la señora del Megane azul, que dicho sea de paso, acaba de estacionar en doble fila.
Quiero a ese perro entre marrón y sucio que ahora opta por cruzar la esquina. Ese perro tiene sabiduría y me respeta más que cualquiera. Un bebé llora. Otro chico pide ir a Mc Donalds. La rubia de rojo se desencuentra con alguien y camina a paso ligero por San Martín y Laprida, frunce el seño, abre su bolso, saca el teléfono y esparce conjuros vía mensajes de texto.
Semáforo loco. Perenne emulador de árbol. Asterisco de un cielo bajo. Misionero irredento de la madrugada, los espero… y amanezco incauto, niño, como el eje de sus promesas mentirosas, como el regulador de sus apuros. El dueño. El que les da paso.
05-09-08