
Administrar tiempo es administrar vida. Componer nuestra cotidianeidad debería ser una tarea mejor pensada, procurada en un equilibrio sano, con espacio para los recreos y sobre todo, el afecto.
Armamos rascacielos de tareas con el afán de “aprovechar” cada día. Vamos arduos y afectados tras la producción de bienes en pro de un estándar de vida para nosotros y los nuestros. Y llegamos al final del día, haciendo la cuenta de las horas que nos quedan para descansar hasta el otro día. Y cada oportunidad nos parece irrepetible, entonces, arremetemos contra las matemáticas, sobrestimamos los márgenes y proliferamos compromisos que luego nos agobian, incluso llegamos a padecerlos y así, recurrimos a contener el exceso: posponemos o dejamos de ser y de hacer. Nos conminamos urgentes y atravesamos las horas en un conteo que descansa para no terminar del todo.
“Tengo que hacer ésto y aquello, y después lo otro, y se me vence el pago del impuesto y vendrán los albañiles, y los chicos y el colegio de los chicos y mi suegra que necesita las pastillas y hay que desparasitar el perro y la casa necesita una limpieza y el auto necesita un service y el gerente me pidió un informe y yaaaaaaaaaa!” Y adónde quedó nuestro momento, ese que nos da una tregua y nos recuerda la vida y cuál causa nos lleva tan lejos sin detenernos, para cumplir acabadamente menos con lo que refiere a nuestra esfera íntima.
Alguna falla nos juega en contra cuando agendamos nuestro día si nos faltó el dulce momento de la recarga, el instante de paz, el placer de darnos gusto, el mimo, la gracia de cierta compañía, el divertimento… No vale descartar el momento de ser felices y aludo a esas felicidades pequeñitas que nos ejercitan en el disfrute sin culpa, tan necesario y saludable emocional y físicamente. Un fármaco no reemplaza la alegría de vivir, tampoco el sosiego que genera equilibrarnos ni la satisfacción sin culpa… La vida puede que sea una ensalada enriquecida con variedad de colores, sabores y también aderezos, pero cada uno en su justa medida.
Amarnos, querer estar bien, continuar sin agobio requiere vida, momentos de vida, de dejarnos estar y mirar el cielo, de besar sin prisa, de alojarnos en un abrazo tierno, de escuchar esa música que nos cambia el ánimo, de compartir la risa… de jugar y recrear el bálsamo de la ternura, la conquista de una mano extendida.
Seamos capaces de agendar un tiempo para ser felices. Decidamos sobre nosotros y permitamos que este día brille con un sol precioso dentro de nuestro pecho. Inventemos un reloj modificable, hagamos un resorte permisivo en medio del ajetreo, maniobremos el salto y por fin, ¡vivamos!
Griselda Espiro
Armamos rascacielos de tareas con el afán de “aprovechar” cada día. Vamos arduos y afectados tras la producción de bienes en pro de un estándar de vida para nosotros y los nuestros. Y llegamos al final del día, haciendo la cuenta de las horas que nos quedan para descansar hasta el otro día. Y cada oportunidad nos parece irrepetible, entonces, arremetemos contra las matemáticas, sobrestimamos los márgenes y proliferamos compromisos que luego nos agobian, incluso llegamos a padecerlos y así, recurrimos a contener el exceso: posponemos o dejamos de ser y de hacer. Nos conminamos urgentes y atravesamos las horas en un conteo que descansa para no terminar del todo.
“Tengo que hacer ésto y aquello, y después lo otro, y se me vence el pago del impuesto y vendrán los albañiles, y los chicos y el colegio de los chicos y mi suegra que necesita las pastillas y hay que desparasitar el perro y la casa necesita una limpieza y el auto necesita un service y el gerente me pidió un informe y yaaaaaaaaaa!” Y adónde quedó nuestro momento, ese que nos da una tregua y nos recuerda la vida y cuál causa nos lleva tan lejos sin detenernos, para cumplir acabadamente menos con lo que refiere a nuestra esfera íntima.
Alguna falla nos juega en contra cuando agendamos nuestro día si nos faltó el dulce momento de la recarga, el instante de paz, el placer de darnos gusto, el mimo, la gracia de cierta compañía, el divertimento… No vale descartar el momento de ser felices y aludo a esas felicidades pequeñitas que nos ejercitan en el disfrute sin culpa, tan necesario y saludable emocional y físicamente. Un fármaco no reemplaza la alegría de vivir, tampoco el sosiego que genera equilibrarnos ni la satisfacción sin culpa… La vida puede que sea una ensalada enriquecida con variedad de colores, sabores y también aderezos, pero cada uno en su justa medida.
Amarnos, querer estar bien, continuar sin agobio requiere vida, momentos de vida, de dejarnos estar y mirar el cielo, de besar sin prisa, de alojarnos en un abrazo tierno, de escuchar esa música que nos cambia el ánimo, de compartir la risa… de jugar y recrear el bálsamo de la ternura, la conquista de una mano extendida.
Seamos capaces de agendar un tiempo para ser felices. Decidamos sobre nosotros y permitamos que este día brille con un sol precioso dentro de nuestro pecho. Inventemos un reloj modificable, hagamos un resorte permisivo en medio del ajetreo, maniobremos el salto y por fin, ¡vivamos!
Griselda Espiro