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mayo 03, 2009

Moratto



Autora: Griselda Espiro


Flores de ensueño en el ojal del viento. Remembranzas. La locura tiene sabores extraños y convida a los que no pudieron, que hicieron carne del amor.

Él se olvidó de este mundo que seguía andando. Lo deambuló, manso. Se dejó durar.  La pena y la obsesión enquistadas le abrieron un abismo en el pecho. El paisaje lo incorporó con su estampa borrosa en las calles. Tenía silencios en los bolsillos rotos del saco gris y expiró v      yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy                                arias veces como los gatos.

La barba le escondía alguna que otra mueca cuando diafanizaba el humo del cigarrillo que armaba. Las lágrimas solían despegarle las pestañas y le remontaban los párpados hasta unas cejas pinchudas y entrecanas. Un cacho de intemperie le anidaba en los surcos de la piel. Labios pequeños, de aspecto deshidratado, orejas alargadas, melena corta, un par de huecos en el rictus. La mirada noble y buceadora… Moratto.

Le pesaban las piernas enfermas de várices, úlceras y otras plagas. Una circulación pésima. El vientre hinchado por la cirrosis, con un aliento de alcohol y tabaco, fermento de bodegón.

Caballero gentil, conversaba las fábulas. Con modales finos y frazadas de papel. Era un pan de Dios, Moratto, y más de un vecino intentó rescatarlo pero la bohemia se lo llevó al carajo y le firmó las auroras de soledad.

Un camino de poesías te abriga en las veredas de mi memoria, y un viejo jazz me suena con lo ronco de tu voz. Te evoco y me duele el amor, Moratto. Decían que amaste hasta el extremo, que por ella dejaste una vida de señorito educado, que tu familia portaba linaje, que fuiste procurador, que llevabas libros contables de administraciones bien remuneradas y, me consta, dominabas el inglés.

Corazón de crisantemo y escarchas en pedo. Dormías entre los muertos en algún banco de mármol. Tenías las madrugadas incrustadas en los huesos pero el escabio ayudaba a calentarte el triperío. Dandi sin espejo. Hasta delirabas con comer y repartías para todos.

A dónde te fuiste, Moratto. Con el paso lleno de cansancio de vivir, con los pantalones manchados de tierra y pis. Te escuchaba en la ventana del kiosco, me saludabas con tu sonrisa pastosa entre marrón y amarilla. Decías cosas tan lindas.

Prestidigitador de los espacios exteriores, te seguíamos el juego, Croto querido. Te quedaste duro en el cementerio. Tu ánima se elevó a los cielos y vaya a saber si la muerte te liberó del estigma. 

Te recuerdo, Moratto, y me viene una congoja a la garganta.

La locura tiene sabores extraños y convida a los enamorados irredentos, a los poetas, a los tristes y a los puros como vos.

Septiembre 2008